El silencio realmente atormentaba. El pequeño viento movía los árboles que se estremecían ante él, sí, tal y como aquel muchacho parado frente a un accidente automovilístico, se estremecían. ¿Qué era esa escena? ¿Por qué estaba allí? No comprendía… no, si lo hacía. Solo no lo aceptaba.
El ruido de la ambulancia prontamente sacudió su ser haciéndolo reaccionar por breves momentos. Solo pudo voltear a ver para luego seguir sus acciones con la mirada. Un cuerpo inerte; ojos castaños que comenzaban a humedecerse. A penas pudo espabilar un poco, todo su cuerpo reaccionó a sentir ansiedad, ansiedad que no logró más que hacer a aquel hombre correr tratando de alcanzarlo, intentó y falló. Un paramédico le negó la pasada, entre palabras que pasaron a ser gritos de espanto y de dolor pudo asegurar que era una persona la cual estaba capacitada para acompañar en la ambulancia.
“Soy su amigo”
Aquella corta y precisa frase tuvo que repetirle tres veces. Cantidad suficiente como para que dudara si en ese momento, si quiera podrían pasar a ser aquello para el de, en ese momento, muy frágil instancia; aquel manchado de un carmín desagradable.
Sentado a su lado, se negaba continuamente a que sus cristalizados ojos dejaran caer aquellas lágrimas que tanto le quemaban. Pero a pesar de ello, a pesar del ardor que presionaba su pecho y de lo ahogado que se sentía, seguía pensando: “soy su amigo”, ¿Realmente debía decir eso? Por su culpa, ya no eran nada, ¿no? Pasó de ser nombrado el amor de su vida a una basura. Un desperdicio tóxico el cual, sería incapaz de llegar a arreglar algo para poder ser denominado como “amigo”.
“Reita, por favor”
Una y otra vez en su mente se repetía esa frase, pero al mismo tiempo, el hecho de culpabilidad no hacía más que destrozar cada parte de lo que podía llamar alma.
“Eres mío”
De la nada ruido comenzó a desmoronar su etapa inicial de remordimiento. ¿Cuándo habían llegado? Negó con suavidad tratando de recomponerse, el movimiento de los médicos fue realmente veloz, ¿dónde lo llevaban? Una interna le dio algunas indicaciones. Debía seguirla, para ayudar con la ficha clínica… la familia… ¿Ah? ¿Cirugía? Quedó consternado, pasmado. Las lágrimas que se había aguantado no tardaron en comenzar a caer. Pero si, entre sollozos contestó algunas de las cosas básicas a aquella joven quien no hacía más que preocuparse por la situación del contrario. Ruki, oh Ruki, ante cada palabra su llanto se incrementaba, fue tal la magnitud de aquello que al final la interna tuvo que acompañarlo a la sala de espera, al final, ella tuvo que llevarle un café mientras cumplía con su trabajo.
“Ya jódete, eres mío, no veas a nadie más que a mí”
Ahí estaba, su pecho lo estranguló una vez más. ¿Cuánto había pasado ya? Había perdido completamente la noción del tiempo, pero podía asegurar que habían pasado horas. Horas jodidamente eternas. Los demás no demoraron en llegar, a pesar de ser una buena cantidad, no podía concentrarse en nada más que mirar el suelo y llorar, no obstante, ya lágrimas no llegaban a caer. Estaba realmente asustado.
Cuando recién les explicaron que había sufrido un rompimiento de aorta además de una contusión craneal, pudo suponer por el nombre que era algo grave y complicado. Oh, cuando el residente a cargo de decir aquello explicó mejor, el de baja estatura no pudo hacer más que abrazar sus piernas enterrando su cabeza entre sus rodillas.
Con cada segundo que pasaba la culpa se incrementaba. No debió pasar lo que pasó. Si no hubiese sido por su culpa, Reita nunca habría salido tan mal del lugar, no se hubiese desconcentrado, no hubiese chocado.
Ah… las insufribles horas. La voz rasposa de un hombre lo hizo levantar la cabeza frotando un poco sus rojizos e hinchados ojos. Eran noticias sobre él… noticias que le partieron el alma.
“Sufrió muerte cerebral”
No escuchó nada más. Solo sabía que tenía veinticuatro horas, según lo que había logrado comprender.
Cayó de rodillas al piso cubriéndose su pálido semblante, uno de sus compañeros y amigos se asustó un poco, pero más allá de un acercamiento no hizo. Ruki llevó sus manos en dirección a su rostro cubriéndolo, se pudo sentir como ahogaba un grito. Estaba devastado… Fue todo a tal manera, que luego de esa acción, mientras lágrimas caían y caían por sus mejillas, juntó sus manos y comenzó a pedir.
Rogaba, en medio de una plegaria. Nunca se había visto en esa situación. Pero ahí estaba, deseando que aquella plegaría pudiese servir de algo. Comprendió, muy en el fondo, por qué se hacían esas cosas, porque la gente se solía a aferrar a eso, a una acción que en algún momento creyó tonta… un sentimiento de humillación y sentirse patético se mezcló con todo el dolor, pero no importaba, se lo merecía. Solo sanaba un poco su estar, rogando por la vida de la persona que amaba con todo su, en ese momento, destrozado corazón.
Las horas sin noticias para él eran un martirio. El momento en el cual revisó su celular… oh, se le heló la sangre. No podía estar pasando… ¿Por qué pasó tanto tiempo sin que él lo notara? Y aún para peor, no se atrevía a ir a verlo, no podía, temblaba como un cachorro indefenso. Siendo que era una hiena que debía ser castigada asumiendo su culpa.
“Por favor, por favor, no por mí, no merezco nada, pero por favor, te necesitan… y yo te necesito, te lo imploro.”
Aquellos momentos dulces trataban de inundar su mente, pero al final la hiel acababa por aparecer y disipar todo, logrando simplemente que el dolor no se detuviera, que el dolor lo quemara y destruyera. Minuto por minuto, segundo por segundo.
Estaba dormido, al fin dormía, cuando un insulto al aire lo despertó. Vio con gran interrogante, ¿qué pasó? No tuvo que esperar mucho a por su respuesta, tras ver a los que estaban a su alrededor con dolor, comprendió. Vio al médico, quien se lo confirmó.
Un gran rosal dejó caer todos sus pétalos, y cada espina de su marchitado tallo se clavó profundamente en el corazón de Ruki. Él negó repetidas veces, le gritó al médico, comenzó a llorar de forma desconsolada, corrió al cuarto, ahí estaba. Ya habían dado la autorización para que lo desconectaran, y en eso se encontraban. Él negó y se abalanzó a abrazar a el ya difunto Reita, lo rodeó con sus brazos mientras lloraba y lo regañaba.
“Despierta, abre tus ojos de una vez, por favor. Amor mío, despierta, lo siento, lo siento, lo siento, despierta.” Una y otra vez las palabras salían de su boca a penas entre grandes sollozos. Acarició con suavidad su cabello, sus mejillas, sus pálidos labios. ¿Realmente estaba pasando? Negaba de forma repetida, no, por favor. Por favor, debía ser un mal sueño, tenía que serlo.
Nada le importaba en ese momento. El tiempo para aquel se había detenido, había perdido al gran amor de su vida. Una plegaria que fue acabada en muerte. Todo por su culpa.
Su culpa.
Su maldita culpa.
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Aún pensaba en como tuvo que salir de allí. Lloraba y se negaba, pero ahí estaba. Fue incapaz de volver a su casa, como un estúpido dolido el cual solo quería caer más en lo roto del abismo, había ido a lo que era… no, fue, el hogar de su amado.
Lanzó el saco y derechamente se fue a la habitación principal. Ahí estaba, tan solo al entrar recuerdos invadían su mente, de momentos dulces como la miel, otros llenos de lujuria, pero todo acaba en recalcar sus propias palabras. Una y otra vez, para así caer en lo mismo. Todo era su culpa. Se llevó la mano derecha a su pecho, caminó pasos arrastrando los pies hasta finalmente dejarse caer en la cama de su por siempre amado.
Las sábanas olían a él, su perfume. Su tan perfecto aroma. Un aroma que no podría volver a apreciar, solo quedaría el recuerdo de los abrazos en los que aquel olor le abofeteaba el rostro, o cuando se apoyaba en su hombro y sentía todo directamente. Ya no más. Nada más. Abrazó las sábanas con fuerza, sin embargo, con terror, casi al instante se levantó alejándose de forma veloz hasta llegar a un muro. Estaba ensuciándolo, estaba llenando todo de su horrible ser, de su tóxica presencia.
Respirando con fuerza se fue desvistiendo de a poco hasta finalmente llegar al baño en ropa interior. Trataba de inhalar y exhalar, con dureza y complejidad lo lograba, sentía que el aire le faltaba. Se armó de valor y levantó su cabeza una vez estuvo frente al espejo, un espejo que él mismo le regaló al difunto en uno de sus cumpleaños… una sonrisa amarga se formó en su rostro.
Vio las pequeñas marcas en su cuerpo, marcas algo rojizas o pequeños moretones que se habían realizado en momentos de pasión y meramente lujuria, en momentos en los que deseaban reafirmar y demostrar cuanto se deseaban y amaban. Realmente fue amado, Reita realmente le amaba de sobre manera, siempre lo supo, y por supuesto correspondía, pero aquel amor terminó en una obsesión, y una obsesión no llevó a nada más que a una relación tóxica la cual era manejada por si mismo. Y, a pesar de eso, Reita siempre estuvo ahí, como una marioneta, amándolo, atesorándolo, cuidándolo y soportándolo.
La paciencia de un hombre tiene un límite. Y él pasó el límite de aquel hombre que atesorará por el resto de su vida.
“Porque tú eres mío”
¿Cuántas veces le hizo escuchar lo mismo? Basta, por favor basta. Ardía, quemaba, hería, lo destrozaba.
Lo único que realmente quedaban eran sus recuerdos, ni la gran cantidad de fotos enmarcadas podrían hacer sentir algo. Solo recuerdos. Pero al menos, los recuerdos se irían con él y las fotos se quedarían ahí, para solo mostrar la belleza que se podía denotar en ese par.
Una caricia en el espejo acompañada de una sonrisa amarga fue todo para luego comenzar a rogar. Una nueva oportunidad, enmendar las cosas con su gran amor, poder ser felices amándose los dos, solo podía caer en el rogar una vez más, con todas sus fuerzas hacerlo. Se deslizó por la fría pared blanca del baño.
Por favor, que aquella plegaria si pudiese ser escuchada de verdad, por favor, que aquella plegaria se cumpla, para poder cumplir una promesa. Una plegaría para poder enmendar, curar y amar una vez más, por segunda vez, a aquel que alegría le supo dar.
Aquella sonrisa amarga se mantuvo, mientras que sus cristalizados ojos dejaban caer lágrimas. La esperanza de estar ambos, de perdonar, de amar.
“Te amaré por la eternidad. A tu lado siempre voy a estar.”
Solo te ruego, escucha mi plegaria, haz mi final realidad en ella.
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